Patakí de los disfraces de Olokun

Patakí de los disfraces de Olokun
En la discusión por sus favores, Elegguá y Ochaoko se sacaron los trapos sucios, y Olokun se enteró de los errores que habían cometido. Olokun les advirtió entonces que la tierra tenía que prosperar, que lo malo tenía que acabarse y que tenía que haber tranquilidad.

Ordenó a Elegguá: "Coge ese akukó, limpia a todo el mundo, pide por el bienestar y para que lo malo se vaya, y después mátalo en la manigua". Y continuó diciendo: "Tú, Ochaoko, como no quieres trabajar, seguirás cavando la tierra y Elegguá te ayudará". Olokun se quitó el disfraz de inmediato, y Elegguá y Ochaoko se sobrecogieron de miedo y comenzaron a trabajar. Pero Elegguá se cansó muy pronto, y decidio irse y dejar a Ochaoko sembrando y sembrando.

Andando por el sendero en busca de Orúnmila, Elegguá encontró a Eggun (en realidad era Olokun disfrazado), quien venía entonando cánticos fúnebres, y se preguntó: "¿Quién habrá muerto?" Indagó con Eggun de dónde venía y éste contestó: "Vengo de casa de Orúnmila, que ha muerto".

Al oir esto, Elegguá se puso muy triste y lloró sin parar. Eggun/Olokun caminó junto a él un trecho para consolarlo, pero desapareció súbitamente. Elegguá, sin poder contener su limitada amargura, de pronto vio a Changó, quien venía cantando. Elegguá le contó sus problemas y Changó le contestó que él sólo hacía daño, sin acordarse de hacer el bien, y le dijo: "¿Ves aquel camino? Coge por ahí y nos encontraremos de nuevo, de aquí a tres días".

Cuando Elegguá iba por el camino, se levantó un fuerte viento, acompañado de lluvias intensas, rayos y truenos. Elegguá se asustó y pensó: "¿Hasta cuándo estaré atravesando dificultades?" Y de pronto se presentaron Olokun – sin disfraz – y Changó, lo cogieron por la mano como a un niño, y lo llevaron junto a Orunla, quien en ese momento visitaba a Olofin. Olokun le dio las quejas del comportamiento de Elegguá y entre todos le hicieron jurar que también haría el bien en el mundo.

Olofin, Orula, Olokun y Changó consagraron a Elegguá. Por este camino, Elegguá empezó a hacer el bien en el mundo; por ello, Elegguá abre y cierra las puertas del destino y es, en fin, la columna vertebral de la Regla de Ocha.

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